Rev. chil. endocrinol. diabetes 2019; 2 (2)    Volver a Índice

 

Personajes de la Endocrinología

Dr. Frederic C. Bartter

Dr. José Adolfo Rodríguez P.
Dpto. de Endocrinología, Facultad de Medicina, Pontificia Universidad Católica de Chile

Su aspecto era el de un abuelo, afable y acogedor. Su imagen típica como acompañante en el Volkswagen Scirocco de su fiel ayudante Catherine Delea, leyendo un “paper” fotocopiado, al margen del cual hacía anotaciones y señalaba referencias con un “Get”, que se convertía en una orden para Catherine.

Lo conocí el 20 de febrero de 1979. Desde entonces fue como ir haciendo un proceso de descubrimiento de su persona. Desde el caballero amable que me acogió en su casa y me incorporó a su familia, hasta el sabio que tomó en serio la ciencia y le dedicó su vida. Solía decir que si en el cielo había conocimiento perfecto e inmediato de todo, él se aburriría porque no tendría nada que investigar.

Nació de una familia muy tradicional de Nueva Inglaterra. Sus padres viajaron como misioneros a Filipinas poco después que España las cediera a Estados Unidos, y sus primeros años transcurrieron en Manila, donde aprendió nociones de castellano. Siempre mantuvo interés por la cultura hispánica y recitaba largos y tristes versos sobre la muerte de Aguinaldo, un héroe filipino.

Como correspondía a un brillante joven bostonés, ingresó más tarde a la Universidad de Harvard donde conoció a Fuller Albright, considerado el padre de la endocrinología moderna. El Dr. Albright inmediatamente quedó fascinado con el joven Bartter y juntos estudiaron el metabolismo fosfocálcico y describieron numerosas enfermedades, intuyendo relaciones que sólo décadas después, con el radioinmunoensayo, han quedado confirmadas.

El Dr. Bartter no se encasillaba en límites arbitrarios de disciplinas o especialidades. Comprendió que para entender la medicina debía tener una visión clara sobre todos los mecanismos y factores que regulan los fenómenos vitales. Por ello se fascinó con la endocrinología y pudo descubrir antes que nadie que el llamado “síndrome adrenogenital” no era sino una forma de déficit de cortisol y exceso de ACTH, y que el cuadro se podría tratar dando cortisol. Probablemente esto le valió ser llamado a la Casa Blanca y convertirse en el médico de John F. Kennedy, que sufría de enfermedad de Addison.

Ya como Jefe y fundador de una rama del National Heart, Lung and Blood Institute del NIH, donde desarrolló casi toda su carrera, continuó haciendo grandes contribuciones. Con William Schwartz describió el SIADH, concepto intuitivo-deductivo fundamentado en sólida evidencia eperimental.

Comprendió antes que nadie la importancia de las relaciones entre riñón y suprarrenal para la regulación no sólo del metabolismo hidrosalino sino que de la presión arterial. Describió y caracterizó la sensibilidad de la sal en la hipertensión arterial. Veía un enfermo, constataba sus alteraciones y no cejaba hasta explicarlas racionalmente. Persiguiendo explicaciones llegó a la descripción del síndrome de hiperplasia yuxtaglomerular con hipokalemia y resistencia al efecto presor de la angiotensina que todos conocemos como “síndrome de Bartter”. Leer su descripción original de 1962 es un ejercicio en elegancia, acuciosidad y perfección.

Un hombre tan brillante no podía pasar inadvertido, y así fue atrayendo a más de 100 becados a lo largo de los años. Fueron discípulos suyos personas como Grant Liddle, Edward Biglieri, Normal Bell, Charles Pak, Walter Miller, John Gill y muchos otros en Estados Unidos y también en Europa y todo el mundo.

Al encontrarnos sus alumnos en reuniones científicas, aunque no nos conozcamos previamente, el nexo con el Dr. Bartter es suficiente para entablar una conversación y recordar sus genialidades. Recordamos sus “obvies”, como el estudio de las callampas silvestres, sus “manías” como llevar un registro circadiano de su pulso, temperatura y presión arterial durante 23 años (y su resignación cuando olvidó todos estos datos a bordo de un avión); su purismo en el lenguaje, rechazando los términos “mineralocorticoid” y “hopeful”; su buen humor, su gusto por los “puns” o juegos de palabras, pero, sobre todo, su curiosidad infinita, su lucidez y su mente “fisiológica”, que veía instantáneamente todas las implicaciones, consecuencias y cambios en su sistema vivo al introducir una sola modificación.

Recibió innumerables reconocimientos: endocrinólogos, nefrólogos, cardiólogos lo consideraban de los suyos.

En 1980, fue admitido en la National Academy of Sciences, máximo organismo científico del mundo que concentra a innumerables Premios Nobel de todos los campos de la ciencia.

Estuve junto a él por última vez una tarde de mayo de 1984, en Cohasett, Massachusetts, en un prado junto al mar. Un rectángulo de piedra bajo mis pies decía “Frederic Crosby Batter” 1915-1983.