Rev. chil. endocrinol. diabetes 2008; 1 (1)    Volver a Índice

 

Ética, Humanismo y Sociedad

Prometeo, ¿castigo merecido?

Dr. José Carlos Bermejo
Religioso Camilo, Director del Centro de Humanización de la Salud, Tres Cantos, Madrid, España.

 

Recientemente, en un espectáculo destinado a profesionales de la salud, el protagonista, espontáneamente, se despachó calificando a los médicos en tono generalizador y en clave negativa. Y yo no dejo de preguntarme qué pasa para que sean tantos los que tienen una imagen negativa del estilo relacional de los profesionales de la salud. ¿Somos mala gente? ¿No conseguimos transmitir cordialidad con sencillez, a la vez que ser buenos profesionales en sentido técnico? ¿Se nos ha subido algo a la cabeza a médicos, enfermeros y demás agentes de salud?

Mala gente, desde luego, yo no he encontrado, pero sí dificultad para combinar las ciencias galenas con la calidad y calor relacional. Y con demasiada frecuencia. ¿Será éste un arte imposible, el de combinar lo que tendemos a mal llamar “ciencia y humanidad”? ¿Es que no son acaso una misma cosa?

¿Por qué sucederá que los conocimientos científicos impregnan a los agentes de la salud de una aureola de divinidad que los distancia del resto de los seres humanos? ¿Estaremos “castigados” a esta deshumanización por algún poder supremo? No lo creo, por más que la mitología nos ayude a comprender estas dinámicas de extraño enfrentamiento.

Una vieja cuestión

Quizás encontremos en la mitología griega, en la figura de Prometeo, una iluminación. Prometeo, desafiando al dios supremo, el celestial Zeus, intenta favorecer a los hombres entregándoles el fuego -robado a los dioses-, elemento esencial no sólo en el sentido material -como punto de partida fundamental para avances ulteriores en el desarrollo de la civilización- sino también en el orden espiritual, pues el fuego es el símbolo de la vida, de la energía, de la inteligencia que mueve a los humanos.

El fuego, que en el mito representa la sustancia divina en el hombre que lo diferencia del resto de los animales y lo acerca a los dioses, es el don otorgado por Prometeo a la humanidad para hacer el bien, pero tendrá, sin embargo, consecuencias no del todo felices. Bien podríamos pensar en este don, el del conocimiento del que participamos todos los agentes de salud, particularmente dotados de herramientas para diagnosticar, tratar y paliar las consecuencias de las enfermedades. Pero ¿con qué consecuencias?

Para poder apreciar el significado de este mito es preciso que nos adentremos en los hechos.

Prometeo, robando el fuego divino desafió a los dioses y en castigo Zeus lo encadenó en una montaña del Cáucaso donde diariamente un buitre o águila le devoraba el hígado, que luego volvía a crecerle. En esa situación permaneció hasta que Hércules le liberó con el consentimiento de Zeus, quien combinaba en su ser la venganza y la compasión.

Prometeo en Platón

Así lo relata Platón en “Protágoras”: Era un tiempo en el que existían los dioses, pero no las especies mortales. Cuando a éstas les llegó, marcado por el destino, el tiempo de la génesis, los dioses las modelaron en las entrañas de la tierra, mezclando tierra, fuego y cuantas materias se combinan con fuego y tierra. Cuando se disponían a sacarlas a la luz, mandaron a Prometeo y Epimeteo a que las revistiesen de facultades, distribuyéndolas convenientemente entre ellas. Epimeteo pidió a Prometeo que le permitiese a él hacer la distribución. “Una vez que yo haya hecho la distribución, dijo, tú la supervisas”. Con este permiso comienza a distribuir. A unos les proporcionaba fuerza, pero no rapidez, en tanto que revestía de rapidez a otros más débiles. Dotaba de armas a unos, en tanto que para aquellos a los que daba una naturaleza inerme ideaba otra facultad para su salvación. A los que daba un cuerpo pequeño les dotaba de alas para huir o de escondrijos para guarnecerse, en tanto que a los que daba un cuerpo grande, precisamente mediante él se salvaban.

De este modo equitativo iba distribuyendo las restantes facultades. Y las ideaba tomando la precaución de que ninguna especie fuese aniquilada.

Pero como Epimeteo no era del todo sabio, gastó, sin darse cuenta, todas las facultades en los brutos. Pero quedaba aún sin equipar la especie humana y no sabía qué hacer. Hallándose en ese trance, llega Prometeo para supervisar la distribución. Ve a todos los animales armoniosamente equipados y al hombre, en cambio, desnudo, sin calzado, sin abrigo e inerme. Y ya era inminente el día señalado por el destino en el que el hombre debía salir de la tierra a la luz. Ante la imposibilidad de encontrar un medio de salvación para el hombre, Prometeo roba a Hefesto y a Atenea la sabiduría de las artes junto con el fuego (ya que sin el fuego era imposible que aquella fuese adquirida por nadie o resultase útil) y se la ofrece, así, como regalo al hombre. Con ella recibió el hombre la sabiduría para conservar la vida, pero no recibió la sabiduría política porque estaba en poder de Zeus y a Prometeo no le estaba permitido acceder a la mansión de Zeus en la acrópolis, en cuya entrada había dos guardianes terribles. Pero entró furtivamente al taller común de Atenea y Hefesto en el que practicaban juntos sus artes y robando el arte del fuego de Hefesto y las demás de Atenea, se las dio al hombre. Debido a esto, el hombre adquiere los recursos necesarios para la vida, pero sobre Prometeo, por culpa de Epimeteo, recayó luego, según se cuenta, el castigo del robo.

En el intento de vivir juntos, los hombres buscaban la forma de reunirse y salvarse construyendo ciudades, pero, una vez reunidos, se ultrajaban entre sí por no poseer el arte de la política, de modo que al dispersarse de nuevo, perecían. Entonces Zeus, temiendo que nuestra especie quedase exterminada por completo, envió a Hermes para que llevase a los hombres el pudor y la justicia, a fin de que rigiesen en las ciudades la armonía y los lazos comunes de amistad. Preguntó, entonces, Hermes a Zeus la forma de repartir la justicia y el pudor entre los hombres: “¿Las distribuyo como fueron distribuidas las demás artes?”. Pues éstas fueron distribuidas así: Con un solo hombre que posea el arte de la medicina, basta para tratar a muchos, legos en la materia; y lo mismo ocurre con los demás profesionales.

“¿Reparto así la justicia y el poder entre los hombres, o bien las distribuyo entre todos?”, preguntó Hermes. “Entre todos -respondió Zeus- y que todos participen de ellas, porque si participan de ellas sólo unos pocos, como ocurre con las demás artes, jamás habrá ciudades. Además, establecerás en mi nombre esta ley: Que todo aquel que sea incapaz de participar del pudor y de la justicia sea eliminado, como una peste, de la ciudad”.

Humanizar la técnica

Prometeo era un titán, el más inteligente de los titanes, que no participaba, debido a su prudencia, en la rebelión de los titanes. El dios Zeus lo liberó de la condena que le había impuesto y lo impregnó de esperanza, especie de bálsamo frente a los dolores que se derramaron a lo ancho del orbe.

Hoy me siento habitado por este bálsamo de alivio contra el dolor que producimos todos los agentes de salud al haber distanciado tanto el arte de dominar la naturaleza con la técnica de las más genuinas artes de encontrarse las personas impregnadas de humildad, esa humildad que también tiene rasgos divinos desde que, en la tradición cristiana, la encarnación uniera cielo y tierra, omnipotencia y debilidad. ¿No somos, acaso, además de poderosos, capaces de intervenir en la naturaleza con la técnica, vulnerables y omnidébiles? ¿Nos podrá curar de esta enfermedad de deshumanización o deseo de divinización un ejercicio de reconocimiento de nuestro ser sanadores heridos? Todos necesitamos un poco de pudor y justicia para sobrevivir como humanos.