Los profesionales de la salud se están viendo afectados por un gran número de presiones externas a su profesión que, en muchos casos, les dificulta e impide su labor asistencial. Esta ingerencia, motivada por demandas de los pacientes o por influencias sociales, nos obliga a repensar qué sentido y alcance debe tener hoy día la responsabilidad moral de dichos profesionales.
Hablar de la responsabilidad moral y profesional de aquellas personas que se dedican a curar y cuidar a otras, nos obliga a rescatar el sentido originario de la vocación de éstas, así como de los elementos que han de configurar toda su tarea asistencial (contexto, carácter, libertad, comunicación interpersonal, etc). Tomando como base el sentido vocacional (la vocación) y la urdimbre antropológica de su trabajo (la persona), intentaremos desarrollar la responsabilidad del profesional sanitario desde tres vertientes: como valor humano, como virtud moral y como principio ético. Estos pilares axiológicos, areteicos y principialistas nos permitirán entender la responsabilidad moral de los sanitarios como camino y meta hacia su excelencia personal y profesional.
La vocación
Como hemos visto, antes de entrar a enmarcar el tema de la responsabilidad profesional es necesario aclarar previamente qué significa la “profesión”. Este concepto tiene unas connotaciones, al menos en su origen histórico, claramente religiosas. Ese significado lingüístico permanece todavía en expresiones como: “hacer profesión de fe”, “profesar en religión”, etc. Profesar equivale, de alguna manera, a confesar, a asumir públicamente un compromiso, lo que exige un acto de entrega personal profunda y explícita a una causa o modo de vida concreto.
En este sentido, afirma el bioeticista Diego Gracia que “toda profesión consiste en una entrega confesada o ratificada públicamente”. La profesión es una entrega realizada a una misión por entero y de por vida: el sacerdote se consagra al servicio de Dios, una madre se puede consagrar al cuidado de su familia, un juez a administrar justicia, un médico a atender a los enfermos, etc. Éste es el origen de todas las profesiones y, desde este horizonte de sentido, cabe interpretar la vida de todos y cada uno de los profesionales sanitarios. Sin vocación no hay profesión y sin profesionales vocacionados no hay personas responsables de su trabajo.
Resulta claro, pues, que no es posible separar la persona de su profesión, ni la ética de dicha dimensión profesional. La ética profesional es la concreción, en el campo de una profesión, de la ética global que la persona tenga. Por eso, un profesional no es una persona que “ejerza” sin más una profesión, dado que una profesión no se puede ejercer sin que implique y responsabilice a toda la persona. Y es que el rol profesional no es un mero oficio, ni una simple ocupación. Tiene un carácter más privilegiado que exige, al individuo que la profesa, nada menos que la excelencia en todos lo órdenes de su persona. Este es el ideal que han de seguir todos los profesionales de la salud, tanto a nivel de perfección de su rol, como de reorientación continua de su vocación al servicio de la medicina y de la protección de la vida y la salud en general.
La persona
Ahora bien, ¿quién hay detrás de un profesional sanitario? Pues sencilla y llanamente una persona. De hecho, la persona que ejerce la profesión sanitaria o que trabaja directa o indirectamente en el marco de dicha profesión, merece toda nuestra atención, pues los profesionales de la salud no son robots, ni máquinas, sino seres humanos que toman opciones y decisiones constantemente en el marco de su quehacer. Y en esta actividad diaria no sólo son influenciables por el medio externo (contexto laboral, circunstancias, relación clínica, temporalidad, etc), sino también por su propio ámbito interno (estado de salud corporal y mental, sentimientos, ideas, valores, creencias, etc). Por eso, si pretendiéramos elaborar una antropología del personal sanitario, esto nos obligaría, sin duda, a situarnos en un plano poliédrico y omniabarcante de lo que significa y representa todo ser humano: inabarcabilidad, complejidad, individualidad, relacionabilidad, fragilidad, trascendencia, etc., que nos llevarían a una metafísica de la persona y de su praxis profesional.
Pero además, no sólo es importante analizar todo lo concerniente al marco interno y externo de la persona que se dedica a la hermosa y difícil tarea sanitario-asistencial, sino que también es necesario indagar sobre cómo comprender la responsabilidad moral de dichas personas. Dicha responsabilidad habrá de contemplarse desde los niveles cognitivos (lo que piensan), afectivos (lo que sienten), volitivos (lo que pueden/deben hacer) y ejecutivo (lo que realmente hacen). Y esto, claro está, nos lleva a estructurar el comportamiento responsable desde la deliberación cognitivo-emocional, que debe preceder a toda decisión volitivo-ejecutiva que pretenda ser prudente, correcta, justa y buena. Esta es una de las metas que debe perseguir la praxis profesional sanitaria: intentar deliberar, decidir y actuar del mejor modo posible, eligiendo la mejor alternativa diagnóstica, terapéutica y asistencial de entre todas las existentes en cada caso concreto.
La praxis
La praxis responsable del profesional sanitario puede ser analizada desde tres perspectivas o puntos de vista: como valor, como virtud y como principio ético. Vamos a intentar articular cada uno de estos planos para ver, en cierto modo, cómo se podría enmarcar una praxis sanitaria que conlleve un ejercicio responsable y excelente.
Con estas sencillas bases: la vocación profesional, la visión integral de la persona que vive la profesión sanitaria y el ejercicio práxico de dicha profesión (valores, virtudes y principios), cabría comprender mejor qué tipo de exigencias han de tener aquellas personas que se dedican al mundo de la salud, no sólo para que sean sólo buenos profesionales, sino también profesionales buenos.
La praxis sanitaria está llamada, como toda actividad humana, a la excelencia. Éste modelo moral es algo que hay que aprender a cultivar con realismo, experiencia y perseverancia. La búsqueda de la excelencia conduce a la honestidad, coherencia, integridad, amistad, compasión, confianza, diligencia, entusiasmo, humanidad, justicia, optimismo, respeto, solidaridad, ternura, trascendencia, etc, y la práctica de todos estos valores, virtudes y principios encamina, en suma, a la felicidad personal y a la autorrealización profesional.