Nos dejó fiel a su carácter, sin aviso previo, para no molestar o tal vez para que no pudiéramos penetrar su entorno y ni siquiera acompañarlo en su sepelio. Nos enteramos al leer las defunciones dos días después, lo que atribuimos a un alcance de nombre, al no aparecer el Dr. que generalmente antecede al de los médicos.
Tengo el triste privilegio de escribir este obituario por el agradecimiento y afecto que le tenía y por haber compartido con él más de treinta años de nuestras vidas. Lo recibí en 1971 en la Unidad de Diabetes, donde llegó invitado por nosotros junto a su amigo y compañero del colegio Luis Campino y luego en la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile, Dr. Hernán García Valdés, hasta su retiro.
El Dr. Tapia fue un brillante alumno durante sus doce años escolares, donde ya se mostraba tímido, reservado, introvertido, sencillo, poco sociable, tal vez características de su condición de hijo único muy protegido. Una vez realizados sus estudios de medicina ingresó al Hospital Barros Luco Trudeau (1965-1971), donde recibió una sólida formación en Medicina Interna.
Su incorporación a nuestra Unidad de Diabetes coincidió con una renovación casi total del equipo profesional, lo que dio origen a su época de oro en cuanto a publicaciones, docencia y relaciones internacionales en la Asociación Latinoamericana de Diabetes (ALAD) y en la Federación Internacional de Diabetes (FID).
En la Unidad fue enormemente querido por todos, pacientes, profesionales y auxiliares, por su carácter conciliador, tranquilidad y excelente compañero de trabajo que se daba tiempo para todo. Tenía un fino sentido del humor, nunca se enojaba, se podía escuchar su risa melodiosa cuando estaba con su amigo Hernán García.
Poco amante de las jerarquías, pese a ser tremendamente respetuoso, cumplidor de sus obligaciones –muchas veces autoimpuestas– nunca se atrasaba ni faltaba al hospital, llegando al extremo de asistir enfermo y febril. Había que echarlo. Nunca buscó cargos ni honores, pero por acuerdo unánime de los miembros de la Unidad tuvo que aceptar la posición de Jefe (1986-1991). Pienso que el personal nunca ha tenido un jefe más querido y respetado.
El Dr. Tapia de clara inteligencia, perfeccionista y amplio dominio del lenguaje hablado y escrito, hizo grandes aportes a nuestro desarrollo académico en las décadas de 1970, 1980 y 1990. Participó como autor o co-autor en 34 publicaciones y en la primera edición del libro Diabetes Mellitus (1992), como co-editor, escribiendo además cinco capítulos, trabajo al que se entregó por entero durante más de un año frente al computador, el que llegó a manejar con gran destreza.
Fue un docente didáctico, ordenado, claro en sus conceptos; preparaba sus clases de pre y post grado con gran esmero, pese a que rehuía la figuración y la exposición pública. Lo hacía por imposición nuestra, apoyado por un tranquilizante menor. Lo que se le pedía lo hacía muy bien y con gran sentido de responsabilidad.
Amigo leal en quien se podía confiar, pero manteniendo siempre una celosa reserva en lo personal, un círculo impenetrable de su yo. Trataba de usted a todos o a casi todos, salvo a mí que recibía el trato de Maestro. Nunca supe ni se lo pregunté, si se trataba de una ironía de su rica y atípica personalidad.
Una de las obras cumbres de nuestro grupo fue la preparación y realización del V Congreso de la ALAD realizado en Santiago con gran éxito en abril de 1983. El Dr. Tapia tuvo una descollante participación, desde su cargo de Secretario Ejecutivo, manejando durante largos meses su organización en sus detalles más mínimos. A raíz de su desempeño fue nombrado Secretario de ALAD para el período 1983-1986.
Durante años el Dr. Tapia efectuó personalmente todo el material de exposición visual de la Unidad, primero con los normogramas que traíamos de EE.UU. y Alemania, luego con la máquina de escribir y finalmente con el computador. ¡Cuántas horas robadas al descanso, tardes y noches! Siempre dispuesto, con su sonrisa fácil hasta que un día dijo basta y abandonó el computador.
Personalmente tengo una gran deuda de gratitud por su siempre valiosa ayuda y lealtad, aunque nunca lo pude conocer en su intimidad.
Juan Carlos nos dejó silenciosamente, como llegó.
Genio y figura.