Rev. chil. endocrinol. diabetes 2025; 18 (3)    Volver a Índice

 

Ética, Humanismo y Sociedad

Más corazón en las manos

José Carlos Bermejo1*

 

More heart in the hands

1. Sector Escultores 39, 28760. Tres Cantos, Madrid (España).

 

*Correspondencia: info@josecarlosbermejo.es

En un contexto de desmotivación, de mucha demanda de atención y baja capacidad de respuesta entrañable y competente, Camilo de Lellis, patrono de enfermos, enfermeros y hospitales, en el siglo XVI, exhortaba a sus compañeros a poner “más corazón en las manos”. El corazón, como metáfora universal, es la sede del buen hacer, del hacer entrañable, tierno, la fuente del buen trato esmerado y diligente, compasivo y blando.

Ser tratado sin corazón es duro. Cuando percibimos que no nos miran con buen corazón, nos sentimos humillados, indignos, despreciados. Cuando experimentamos que nos cuidan con corazón, el ánimo se reconforta, el agradecimiento se despierta, la ternura se contagia, el bienestar se multiplica, las decisiones tomadas son más éticas.

Razón y corazón

Por mucho tiempo hemos podido pensar que razón y corazón son dos instancias opuestas. La primera se atiene a la lógica de los argumentos, de lo que se puede explicar con la inteligencia que apela a la evidencia, a cómo son las cosas objetivamente. El corazón parece tener otro camino. No falta quien considera que el corazón es mal consejero, porque se salta la mente, vibra, siente, genera emociones que se convierten en motores.

En tantas cosas, razón y corazón parecen emprender caminos diferentes. La razón nos dicta que hay que acumular; el corazón nos señala que hay que compartir. La razón divide, el corazón une por la experiencia del amor. La razón distorsiona la conciencia, genera argumentos para la violencia. El corazón nos frena la conducta agresiva. Mientras que la razón se alimenta de la percepción y de las creencias, el corazón responde a los sentimientos y emociones, pudiendo dar sabor a nuestras vidas y orientar nuestras conductas.

Pero, como es sabido, cuando buscamos el modo de ser dueños de los sentimientos, en particular porque adquieren mucha intensidad, apelamos a aprender a controlarlas o encauzarlas, mediante la razón. La razón acompaña al corazón, orienta, permite decidir ante cuestiones cruciales, difíciles o cruciales en la vida, y así parece que deba ser. Elegir una carrera en la vida, confirmar un vínculo de pareja, elegir una casa, optar por la paternidad responsable, pueden ser algunas decisiones donde el corazón juega un papel primordial, pero en las que la razón tiene que sopesar, calcular, ponderar, acompañar en el discernimiento prudente. Pero no falta quien considera que realmente, a la verdad no se llega solo por la razón, sino por el corazón.

Lo que tiene el corazón

El corazón nos mantiene en vilo; hacia donde él se inclina, el pie camina; no se ve bien sino con el corazón; es el símbolo universal del amor. No es solo un pequeño órgano, a modo de bomba, sino que evoca lo más genuino, lo más íntimo, lo específicamente humano de las personas. Es el centro más secreto del individuo, donde reside la conciencia individual, el santuario donde estamos a solas con la verdad, de cuya abundancia habla la boca, donde se conservan las experiencias más intensas, las palabras recibidas, donde gozamos y sufrimos, donde nos sentimos llamados hacia afuera, hacia la compasión, a vendar los corazones heridos y rotos de los demás.

La sabiduría judía, que encontramos especialmente en los libros sagrados de la Biblia, es muy rica para mostrarnos lo que puede haber en el corazón. Es sorprenderte analizar las más de ochocientas veces que aparece la palabra corazón y los calificativos con los que va acompañada.

Por un lado, el corazón puede ser de piedra, pero por otro, de carne. Donde está nuestro tesoro, allí está nuestro corazón. De lo que abunda el corazón, habla la boca. En el corazón guardamos lo que escuchamos y vemos. Con el corazón pensamos. En ocasiones, sentimos cómo arde el corazón, cuando alguien nos habla o cuando observamos conductas compasivas o necesidades imperiosas de cuidado.

En efecto, el corazón, en los Libros Sagrados, aparece también con estos calificativos: endurecido, obstinado, engreído, orgulloso, inflado, altivo, arrogante, pervertido, que abriga pensamientos perversos, descarriado, desviado, torcido, ardiente de ira, desfallecido, desanimado, tembloroso, terco, débil, jactancioso, soberbio, altanero, arrogante, que maldice, exasperado, torpe, acalorado, desamparado, repleto de maldad, murmurante, injusto, apegado, desbordado de artimañas, conspirador, irritado, voluble, infiel, seco, abatido, embotado como de grasa, codicioso, necio, que fragua planes perversos y maquina el mal, fraudulento, abominado, desalentado, traidor, perdido, retorcido, marchito, empedernido, adúltero, afligido, semejante al de las bestias, como un horno en sus intrigas, maquinador, tardo, insensato, incrédulo. Son tantos los calificativos en este tono negativo que, traerlo a la consciencia nos permite tomar en cuenta la envergadura y el poder de esta metáfora, la del corazón, para evocar la disposición negativa en que uno mismo se puede encontrar, para consigo y para con los demás.

El corazón que humaniza

Sin duda, el corazón que evoca la frase “más corazón en las manos” es el de carne, el que mueve a hacer el bien, la fuente de las buenas motivaciones, el que tiene capacidad meditativa y buscadora del bien, bien hecho.

Los calificativos de la palabra corazón en la Sagrada Escritura, con connotación positiva son numerosos, en efecto: íntegro, perfecto, alegre, gozoso, feliz, que lleva nombres, con el don de enseñar, contrito, que recapacita, custodio de los mandatos que hacen felices, servicial, estremecido, inteligente, pensante, sabio, sincero, que dicta el obrar, valiente, dilatado, convertido, recto, fiel, conmovido, acompasado, entero, que decide, unánime, escrutador, esperanzado, grande y de ánimo generoso, bueno, confortado, que susurra, puro, manso, dichoso, aplicado, contemplativo, apresurado, que vela, confiado, que hace proyectos, que bulle de palabras graciosas, profundo, prudente, del que brotan las fuentes de la vida, astuto, sensato, dispuesto, apasionado, radiante, enderezado, ensanchado, oyente, que guarda las palabras, que proyecta, limpio, rebosante, abierto, que ve, que cumple…

Esta riqueza de la versión positiva del corazón, permite invitar a ir “donde el corazón te lleve”, como propuesta de reconocimiento de las motivaciones más genuinas y nobles.

Así las cosas, con posibles connotaciones negativas y positivas del corazón, no es de extrañar que algún pontífice haya exhortado a cultivar la “formación del corazón”, para que este pueda promover su mejor versión en su potencial motivacional, para que efectivamente podamos acudir a la razón cordial como fuente de la conducta prosocial compasiva y entrañable, solidaria y empática.

La propuesta de Camilo de Lellis de poner más corazón en las manos, se mantiene actual, como propuesta ética de gran valor, entendiendo el corazón en todas esas potencialidades positivas que alberga para humanizar.

Lejos de reforzar la idea de que razón y corazón se encuentren en entremos opuestos, lo cierto es que el ser humano tiene un potencial ingente en su interior, como espacio de generación del bien. Con unas y otras “razones”, las de la razón y las del corazón, con un equilibrio modulado por los valores profesados y hechos realidad, podemos conjugar la palabra humanizar, con esta mirada holística, no solo al destinatario de programas y servicios de cuidado, sino también a uno mismo, en la construcción de alianzas terapéuticas de cuidados.