Sucede, a veces, que se entiende por competencia profesional únicamente la competencia técnica, y ésta se percibe como opuesta a los rasgos más humanos de las profesiones de la salud. No es más que un empobrecimiento en la reflexión y una oposición entre técnica y humanidad, tan vieja como el mito de Prometeo. En realidad, creo que sólo podemos hablar de competencia profesional si un conjunto de habilidades que se dominan con arte están presentes en un agente de salud. Y entre éstas, también la competencia espiritual.
Dimensión espiritual
En los últimos años, junto con un empobrecimiento colectivo de la sensibilidad ante la dimensión espiritual, asistimos también a un enriquecimiento selectivo de atención a la misma. En efecto, algunas sociedades científicas, como por ejemplo la de Cuidados Paliativos, se interesan por la dimensión espiritual y ésta, en principio, vista desde una perspectiva aconfesional.
La literatura empieza a arrojar reflexiones sobre la espiritualidad laica. También la OMS se preocupa del asunto, definiendo la dimensión espiritual como “aquellos aspectos de la vida humana que tienen que ver con experiencias que trascienden los fenómenos sensoriales. No es lo mismo que religioso, aunque para muchos la dimensión espiritual incluye un componente religioso; se percibe vinculado con el significado y el propósito y, al final de la vida, con la necesidad de perdón, reconciliación o afirmación de los valores”.
En medio de esta creciente sensibilidad, quizás hoy ante la pregunta “¿cree usted en el espíritu?”, en lugar de dar la respuesta: “claro que no, soy científico”, debemos dar cada vez más esta otra: “claro que sí, soy científico”.
Wilber, en su obra “El ojo del espíritu” (1998), para responder a la pregunta: “¿se puede observar el espíritu?”, añade la pregunta: “¿se puede observar con sofisticados instrumentos mi manera de amar, mi sentido de la justicia, de la honradez, la compasión y el perdón?”. Y distingue entre tres tipos de ojos: el ojo biológico (los sentidos y sus extensiones) que pueden revelar lo que se percibe a través de ellos; el ojo de la mente y sus comprensiones a través de disciplinas que ha desarrollado como las matemáticas, la física…, que puede revelarnos otro campo importante del conocimiento, y el ojo del espíritu: el único capaz de revelarnos la naturaleza profunda del ser.
En realidad, cuanto tiene que ver con la dimensión trascendente del ser humano, con el mundo de los valores, con la pregunta por el sentido y con la dimensión de misterio (que supera al problema, en palabras de Gabriel Marcel), está en el corazón de la dimensión espiritual. No resulta fácil, en todo caso hoy, y menos en el contexto español, reflexionar sobre el corazón de la condición humana sin reacciones de todos los colores, no siempre favorecedoras de un discurso ordenado y racional en torno al tema.
Inteligencia espiritual
En el ámbito educativo, la reflexión sobre la competencia espiritual quizás ha avanzado más en el contexto de la reflexión sobre las competencias básicas educativas. En este contexto se explora también el término inteligencia espiritual, reclamando a Víctor Frankl, que percibe el espíritu como un eje que atraviesa el consciente, preconsciente e inconsciente y que considera al hombre no como un manojo de instintos, sino como un ser existencial, dinámico y capaz de trascenderse a sí mismo.
Asimismo, Howard Gardner habló de una inteligencia existencial o trascendente, definiéndola como “la capacidad para situarse a sí mismo con respecto al cosmos, la capacidad de situarse a sí mismo con respecto a tales rasgos existenciales de la condición humana como el significado de la vida, el significado de la muerte y el destino final del mundo físico y psicológico en profundas experiencias como el amor a otra persona o la inmersión en un trabajo de arte”.
Otros autores, como el psicólogo Emmons, han centrado el concepto de la inteligencia espiritual que abarca la capacidad de trascendencia del hombre, el sentido de lo sagrado o los comportamientos virtuosos que son exclusivos del hombre.
También teólogos como el cardenal Newman, Rahner, Martín Velasco, han subrayado la necesidad de que en el terreno cristiano se ha de dar un salto. Newman reflexionaba sobre la necesidad de un trabajo educativo para la competencia espiritual; Rahner dirá que “el cristiano del futuro será místico o no será cristiano”; Martín Velasco desarrolla la necesidad de personalizar, de hacer propia la experiencia espiritual y, por tanto, la religiosa.
Competencia espiritual
Y no ha faltado quien ha desarrollado el concepto de competencia espiritual de manera escalonada, proponiendo cuatro tipos, a modo de matriuscas que incluyen una a la otra. Así lo ha hecho el mundo educativo en nuestro país. En este sentido:
Algunos rasgos que afectarían a la primera tipología, y por tanto afectan a todas las otras, serían el autoconocimiento, la necesidad de sentido y opción vital radical; la identificación de valores; los relatos unificadores y utópicos; el sentido de pertenencia; las preguntas y respuestas desde la filosofía y las religiones; la admiración y el compromiso con la naturaleza; la contemplación.
En el mundo de la salud, particularmente cuando hablamos de relación de ayuda y de “counselling”, o hablamos también de competencia espiritual o deshumanizaremos la intervención. Dado que en el contexto en que nos movemos el término espiritualidad tiene fuertes connotaciones religiosas de carácter confesional que provocan reacciones muy encontradas, se hace cada vez más necesario afrontar las reticencias porque tal competencia espiritual representa una exigencia ética para todos los profesionales de la salud.
Es cuestión de humanización; es decir, está en juego la humanidad. Atender a las personas en medio del sufrimiento sin considerar esta dimensión es, sencillamente, olvidar lo más genuinamente humano.