Sí, el mundo de la salud y de la enfermedad no solo nos sitúa ante las personas que necesitan ayuda física, social, psicológica para "arreglar la maquina estropeada por la enfermedad" en la "fábrica de la salud", como diría el sociólogo de la salud Achille Ardigo. Hay un camino hacia la salud sembrado de pregunta, sembrado de sentido o de búsqueda de sentido.
Un viaje cargado de preguntas
La salud es una conquista, un camino, un viaje, más que un punto de llegada o un lugar que ya se posee. El camino hacia la salud es una tarea que nos compromete a nivel físico, metal, emocional, relacional y espiritual. Esta salud la deseamos todo; es compatible, como experiencia biográfica, también con discapacidades y enfermedades.
En efecto, los seres humanos, con ocasión del enfermar y el sufrir, hacemos un camino regado de preguntas. No sólo buscamos la eliminación de la enfermedad, sino que buscáramos también sentido. Lo buscamos a veces secretamente, otras formulando preguntas al profesional, preguntas existenciales, que no encuentran nunca respuesta suficiente a nivel racional.
Quizás en los tiempos que corren la pregunta por el sentido es formulada menos en términos de interpelar o apuntar al misterio y, en ocasiones, vehicula más la expresión de la rabia que experimentamos al no poder controlarlo todo y dar una respuesta que elimine las causas del sufrimiento.
Sea como quiera, sufrir y contemplar el sufrimiento, secreta o explícitamente, en todas las edades de la vida, antes o después, provoca un cuestionamiento profundo: ¿Por qué?, ¿Por qué ahora?, ¿Porque a mí?, ¿Hasta cuándo?, ¿Qué te he hecho yo para que me toque a mí….?, y otras formulaciones distintas, adquiere el cuestionamiento más hondo.
Compañera de camino
Desde hace años, me ha parecido emblemática la experiencia descrita por la madre de una niña discapacitada psíquica, que escribía en el libro "Crónica de una infancia dolorida". En ella encuentro la fiel compañera de camino: la pregunta persistente, la que no encuentra respuesta: "No cesamos de hacernos mil preguntas, y cada día, encontramos mil más que no habíamos descubierto. Con la minuciosidad de un entomólogo, escudriñamos los recuerdos del embarazo, del parto, de los días que siguieron, ¿Cuándo cometimos la falta? ¿Qué se nos escapó que debimos conocer e ignoramos? ¿Qué debimos hacer (o no hacer) y descuidarnos?
Cuando creemos haber agotado la lista de relaciones banales de causas y efectos –sobre la que incesantemente volvemos porque nunca se agota del todo–, nos remontamos más atrás, al ¡antes! ¿Cuándo se produjo nuestro fallo? ¿No existirá en nuestro pasado una sombra, alguna indelicadeza, alguna infamia por la que debemos pagar? Siempre descubrimos algo, sin quedar nunca tranquilos. Un castigo, eso es para nosotros el hijo enfermo, castigo de una antigua culpa sin relación con él, y lo que es peor, castigo de una falta imposible de encontrar, tan cierta como si el acta de acusación estuviera escrita por mano de un juez, aunque en este caso la tinta sea incolora, el papel diáfano y el juez esté en nosotros mismos, más obstinado que en un tribunal.
En efecto, a veces la pregunta por el sentido es vivida como Sísifo, que pertinazmente tenía que subir la piedra a la cumbre de la montaña sabiendo que le esperaba una nueva caída y una nueva subida, sin cesar. Y en este escenario, la pregunta se vive de manera angustiosa y genera, ciertamente, sufrimiento.
A la búsqueda del sentido
Nos hacemos preguntas por el sentido, sí, pero… ¿qué es el sentido? ¿Qué quiere decir exactamente que una vida humana tiene sentido?
Tiene sentido tomar un avión que nos lleva a la cuidad que deseamos; es insensato subir a un avión que va en dirección distinta, sencillamente porque nos guste más su diseño, su velocidad o la compañía a la que pertenece. La decisión carecería de sentido, sería insensata. Por eso, la cuestión del sentido podríamos decir que está en relación con el reto de encontrar el verdadero ideal. El gran pedagogo alemán Joseph Kentenich afirma que "las dificultades juveniles son superadas en lo esencial cuando los jóvenes encuentran su ideal personal".
Pero todo esto se nos hace más oscuro y difícil cuando el avión que se presenta ante nosotros, en el que hemos de subir sin elección, el avión del sufrimiento cuyo recorrido desconocemos y cuyo destino último también.
Por eso quizás tenga razón Albert Shweitzer al afirmar: "Un buen médico debe escuchar como un sacerdote, razonar como un científico, actuar como un héroe y hablar… Como una persona normal". Yo hago extensible a todos los profesionales de la salud que quieran acompañar en la vulnerabilidad humana donde la mejor respuesta a las preguntas sobre el sentido quizás no sean las racionales, sino las respuestas de cuidado: la asistencia, el alivio, la cura, la paliación de los síntomas, el acompañamiento.
Quizás tenga razón V. Frankl al decirnos: "Quién tiene un porqué para vivir puede soportar casi cualquier como". Y quizás podríamos añadir, digo yo: "Quien encuentra un buen cómo, puede convivir con cualquier porqué". Por eso, creo firmemente en que la pasión del cuidado apasionado es capaz de apasionar al desalentado que no encuentra luz y sentido. El camino, hecho juntos, cobra color y sabor, amargo quizás; de pan compartido que si no sacia alimenta, puede ser.
Pero, en todo caso, aún hay mucho grito que levantar al cielo dirigir a la tierra. La tierra está inundada de las lágrimas de los hombres. Dostoievski, en su novela Los hermanos Karamázov, presenta la posibilidad de que el sufrimiento puede incluso convertir por un tiempo a un hombre superficial en un hombre serio y profundo. Y sin embargo, la pregunta permanece, además de la de todo ser humano, la que más interpela la responsabilidad: ¿por qué la mayor parte del mundo sigue viviendo y muriendo con dolor físico?
En ningún viaje está enlatado el sentido en el lugar de llegada. El gusto está en el mismo camino. El significado se lo vamos poniendo por el camino. No sólo, sino que también queda iluminado por el modo como es recordado después. Así también, en el viaje a la salud no es la restauración de las funciones y órganos el sentido último. Es el significado que le vamos dando al camino, al cuidar, al dejarse cuidar, al disponerse a aprender, a conquistar cotas de libertad en las limitaciones.